Si algo admiro del trabajo de Krzysztof Kieslowski es su reflexión inclusiva, su capacidad de recoger el espíritu de su pueblo para confrontarlo con el espejo de la identidad. La serie El Décalogo (1989) es el mejor ejemplo de cómo en los periodos de crisis se nos revela la gran oportunidad de reestablecer nuestro ser como individuos y como nación.
La idea detrás de este cortometraje es increíblemente simple, pero su ejecución es verdaderamente magistral. Cada vez que veo este documental experimento una profunda sensación de estar cerca, conmovedoramente cercano del corazón de otro ser humano.
La dimensión humana de muchos de estos extraños, niños, ancianos, algunos muy viejos, algunos muy educados, otros tan simples y llanos, sin embargo, todos ellos tan auténticos, tan reales y dignos, como nunca un actor podría manifestarse, me hace querer abrazar a muchos de ellos y decir: "Tú eres mi querido hermano, eres mi querida hermana." Esta obra de Kieslowski muestra quizá mejor que nunca lo que al director polaco le interesaba, cavar hacia lo genuino, lo profundo, hacia lo que es verdadero y esencial.
Un maestro del corazón humano, del alma humana y de la cámara. Siempre que lo veo no puedo evitar también preguntarme ¿cómo funcionaría este ejercicio mayéutico de Kieslowski en México?
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